Hay historias que no se escriben con tinta, sino con cicatrices. Yerba es una novela grafica que se narra con una estética cruda y emocional. Esta novela gráfica explora temas universales desde una experiencia profundamente local, nos relata la historia de una muchacha que regresa a corea, para cuidar de su madre, y con ella, desentierra memorias que llevan años enterradas, pero no muertas. La autora, se sumerge en los silencios y heridas de aquellas mujeres que sufrieron por una terrible guerra, mostrándonos escenarios que van desde lo mas profundo, con un toque de intimidad, y hasta incluso la cotidianidad, sim embargo, como se refleja con cada pincelazo, lo íntimo también puede ser político.
En el libro el silencio se podría considerar un personaje más, La protagonista no solo debe afrontar temas como el deterioro de su madre, sino la distancia emocional que la ha marcado durante toda su vida. La madre, es un personaje que se entiende porque debe ser ruda, ya que es una familia que ha vivido en una pobreza extrema, los efectos de la guerra, el abandono y el desarraigo. El dolor que se hereda, no siempre viene dado por palabras, también se puede presentar en gestos secos, de miradas evitadas.
Un pilar fundamental dentro de la novela es la exploración de la maternidad no idealizada, ya que se nos muestran personajes reales, con defectos y virtudes, una maternidad real que es marcada por la supervivencia. La madre tuvo que tomar decisiones que fueron muy duras, pero, aunque dolorosas, eran necesarias para sobrevivir en un país que estaba quebrado por la guerra. A su vez, una hija ya adulta se da cuenta de que comprender no significa perdonar, pero siempre está dispuesta a abrirse para una reconciliación. La novela se convierte en una reflexión sobre el perdón tardío, el duelo, y la incapacidad de cambiar los hechos de una historia.
Yerba, también habla de la migración, de la perdida con las raíces, y lo que implica el deseo de querer regresar a su país de origen. La protagonista, no solo es hija, es aquella madre, aquella abuela y aquella hija que cuenta su pasado en una poderosa vos. La autora, retrata todos estos acontecimientos, con crudeza, generando dudas, mostrando los recuerdos que un corazón no puede olvidar, aquellas heridas que no se pueden curar, pero se aceptan.
La autora, elige un color negro y blanco para representar sus ilustraciones, y creo que es algo fundamental, ya que el color sobraría con este relato. Cada línea vibra con emociones contenidas, con trazos toscos que no embellecen, sino que revelan. No hay dramatismo innecesario, hay una gran verdad, y es una verdad que duele.
Este libro es para conocer mejor los trastornos que deja una guerra en los más inocentes, mostrándonos la brutalidad que pude tener el hombre. Es una novela poderosa que alza la voz y nos muestra los gráficos de una historia que merece ser contada y valorada. Es un libro que se puede leer en una tarde, pero que queda dando vueltas en la cabeza por mucho tiempo. Un retrato muy duro del amor difícil, la maternidad real, y las raíces, que, como hierba, no importa todo lo que suceda siempre vuelven a resurgir.